El cine de Choroní

Por Juan Pablo Gómez

“Eres muy buen espía. Lo único que necesitas es una buena causa”

Un espía perfecto. John Le Carré

Choroní
Playa Grande. Choroní

Cuando fui con Helwin a Choroní a visitar la tumba del famoso espía español Joan Pujol García, ya sabíamos que teníamos una historia fascinante entre manos, pero lo que hallamos allí acabó con nuestro plan inicial y además agotó nuestras fuerzas para darle secuencia a una anécdota tan abrumadora que no merecía el desdén de un relato mediocre que sólo la opacaría.  Helwin es tan maniático y ansioso que no podía evitar el papel de reportero audaz que necesita recabar toda la información testimonial posible en Choroní y Puerto Colombia. Sus destrezas sociales y su carisma sólo sirvieron para aumentar la confusión. Joan Pujol García, alias Garbo, alias Arabel, alias Alaric, había asimilado el tic de la farsa como una genuina forma de vida. Por eso, se había dedicado a contar su biografía falsa con un tronco consistente fijo, pero con cientos de ramas variables, a cada persona que se había  interesado medianamente por averiguar sus orígenes.

Helwin estaba fascinado por el sujeto, igual que yo. Pero las razones de la fascinación eran distintas: Helwin imaginaba una personalidad genial, de mente maestra, que había elaborado todo el trazado del plan desde un principio. Yo imaginaba a un tipo gris, tímido, reservado, que había vivido toda esa aventura inverosímil un poco por casualidad. Como era de esperarse, ambos estábamos equivocados. Garbo era muchísimo más que cualquiera de esas dos opciones, precisamente porque fue las dos cosas a la vez: alguien que quería borrar la reafirmación de la existencia, para vivir en una dimensión de plena libertad. Garbo era un especialista para desmontar la vida que otorgan un nombre, un número, un registro, un oficio, una familia, un domicilio, un papel que cumplir, una personalidad que encarnar. Garbo era tan maduro que ya había muerto en vida en juventud y pudo entonces reencarnar de otra manera. Este personaje nos había liquidado como imaginativos cronistas. Ese sujeto de 1,60 metros de altura y aspecto provinciano, llano y buena gente, podía malograr todavía, más allá de la muerte, cualquier intento de situarlo en un relato.

Francisco Franco
Francisco Franco

Habíamos leído los libros de Thomas Harris y de Stephen Talty. Habíamos visto los documentales de TVE2 y la película documental de Edmond Roch, “Garbo, el hombre que salvó el mundo”. Ambos desistimos de ver los documentales catalanes porque además de ignorar la lengua catalana a posta, no gustamos de su sonoridad nasal y altiva. Los dos somos seguidores del Barça, pero eso es porque consideramos que fue la única institución que podía ostentar su oposición a Franco y ese cariño queda para siempre.

La primera vez que escuché hablar de Garbo fue en 2010, en Lisboa. Helwin, Sonia y yo tomábamos café en el Portugalia de Belem y, teniendo a la vista el Padrao de los Descubrimientos, empecé a hablar de Salazar, el dictador, y lo que yo consideraba las diferencias entre él y Franco. Salazar supo aprovechar la neutralidad portuguesa para hacer que los empresarios lusos hicieran negocios con alemanes e ingleses a la vez. No tomó partido por ningún bando hasta que en 1944 las circunstancias hicieron que la guerra empezara a decantarse por el bando aliado. Entonces, allí sí se arrimó definitivamente a los ingleses. “Claro” decía Helwin, “la neutralidad de Lisboa hizo que se convirtiera en un nido de espías de ambos lados. Hace poco vi una película documental sobre un doble agente catalán, que operaba justamente desde aquí”. Yo proseguí hablando de Lisboa, sus enigmas, su misterio, su historia de grandeza y tragedia, y construía analogías tontas entre el destino siempre trágico de la aristocracia y Lisboa, una ciudad a todas luces tan hermosa como decadente. Pero Helwin ya no estaba escuchando y siguió el relato sobre el espía catalán, al que llamaban Garbo. Sonia me miraba como dándome a entender que Garbo ya no saldría de nuestras conversaciones durante los próximos dos días de estancia en Lisboa. Y en esa mirada, además, había así como una revelación: “Garbo se las trae, no te creas”.

Lisboa
Lisboa

Lo que al principio empezó como un tema interesante, se fue convirtiendo en una obsesión compartida. Helwin logró contagiarme su entusiasmo por la historia, que se iniciaba con una peculiar y estrecha relación entre Garbo y su padre. “El padre le enseñó el deber moral, espiritual y emocional de la tolerancia” decía Helwin. Esa frase no tuvo importancia para mí, sino hasta que pude conocer todos los detalles, mucho tiempo después. Pero esa misma noche, en mi casa, empezó la espiral de anécdotas que produjeron el arrebato de fascinación que todavía hoy seguimos tratando de matizar. Garbo era un joven estudiante en la próspera Catalunya de 1936 cuando estalló la Guerra Civil Española. Se escondió un año entero, hasta que tuvo que alistarse como miliciano republicano, pero a los pocos meses pudo conocer de primera mano la vena intolerante y segadora de anarquistas y comunistas. Así que optó por desertar y enrolarse en las filas del ejército franquista. Cuando Franco triunfa en 1939 gracias, no a su pericia militar, sino a los continuos despropósitos estratégicos del bando republicano, instauró una dictadura reaccionaria de corte fascista. Garbo comprendió que esto era intolerable, y alentado quizás por esa dimensión que le dio haber vivido una cruenta guerra desde ambos bandos enemigos, comprendió que la ausencia del yo y la militancia ambigua podrían ser más útiles a sí mismo y a los demás.

En Madrid se presenta en la embajada de Gran Bretaña para ofrecerse como espía. Los británicos lo rechazan, un poco jocosamente. Decide entonces ir con los alemanes y ofrece sus servicios a la Abwehr en su sede de Madrid. Estos, no sin recelo, lo acogen con algo de desinterés. Hasta que logra su confianza, gracias a un pasaporte británico falso y a sus supuestos contactos en Gran Bretaña. Viaja a Lisboa y hace creer a los alemanes que está en Inglaterra, desde donde ha montado una red de agentes secretos e informantes. Todo es inventado. El más destacado de todos esos espías frutos de su imaginación será Tarper, venezolano radicado en Glasgow. Lo que Garbo no sabía (y no supo nunca) es que los británicos siempre le siguieron la pista. Así, cuando intentó volver a contactar a los británicos, ahora estos sí estaban interesados en sus servicios, porque conocían el nivel de confianza que había logrado con los alemanes. De modo que lo contrataron. En el MI5 decidieron colocarle el alias de “Garbo” en homenaje a la actriz Greta Garbo, porque decían que Joan Pujol era un extraordinario actor. Aunque era mucho más que eso. Los británicos, siempre un poco más dados a la estafa que los alemanes, tenían previsto hacer de Garbo un agente estrella porque no se trataba de un informador, sino algo mucho más útil, un desinformador. Pero hay algo muy difícil de hacer: engañar a los alemanes. El carácter campechano, encantador y bondadoso de Garbo hizo que los alemanes cedieran, pero sobre todo, las dosis de información certera privilegiada que poseía y que dejaba colar entre abundantes contenidos confusos fueron socavando la cautela alemana, hasta el punto de convertirlo en el espía más importante de la guerra.

Desembarco en Normandía
Desembarco en Normandía

Seis meses antes del desembarco de Normandía, sólo 22 personas en todo el planeta estaban enteradas de la operación. Entre ellas Garbo. Los alemanes sabían de la operación pero no conocían ni el lugar ni la fecha exactas. Eisenhower decía que sólo necesitaba tener dos días al ejército XV alemán alejado de Normandía para que la invasión fuese exitosa y la guerra empezara a vislumbrar su fin. Garbo fue la pieza clave que logró esa demora crucial. Hizo creer a los alemanes que sí se produciría un desembarco en Normandía, ese día pautado 6 de junio de 1944, pero tenía fines disuasivos. El desembarco grande y temible sería más al norte, en Calais, pocos días más tarde. Los alemanes cayeron en la trampa, y mandaron al grueso de sus tropas a Calais. Lo más insólito es que después del desembarco no sospecharon de Garbo, puesto que este explicó por qué había fallado su fuente: los aliados mientras ejecutaban su aparente desembarco para distraerlos, habían decidido sobre la marcha apostar por todo su arsenal y convertir el falso desembarco en el verdadero. Los alemanes no sólo le creyeron sino que lo condecoraron con la Cruz de Hierro, la más alta distinción del ejército germano. Los ingleses también lo condecoraron en una ceremonia secreta con la Orden del Imperio Británico. Es la única persona que logró ambos honores en la Segunda Guerra Mundial.

Pero ahora es que empieza la parte verdaderamente insólita de esta fascinante historia. Todo gracias al empeño de Helwin. Resulta que Garbo temía serias represalias de los nazis. Había cobrado 25 mil pesetas de los alemanes y 15 mil libras a los ingleses. Con ayuda de estos últimos decidió evaporarse. Algunas versiones dicen que la esposa de Garbo, Araceli, todavía se acercó a la embajada alemana en Madrid a cobrar una cifra restante, después del fin de la guerra. Y la obtuvo. Garbo decidió morir de malaria en Angola en 1949. Hizo que quedara registrado oficialmente. Incluso el MI5 creyó esa versión. Pero, por supuesto, después de morir, huyó.

Acá empieza nuestro rompecabezas de Choroní. Después de escuchar dieciséis testimonios de personas distintas que dicen haberlo conocido, sólo obtuvimos datos confusos y contradictorios. «Nadie querrá dejar de agregar su aporte fantasioso», le decía a Helwin. Pero quedamos prendados de la clave que nos proporcionó uno que no lo conoció personalmente, David Muñoz Tébar. Dimos con él por casualidad, pues estaba alojándose con el padre jesuita Ignacio Castillo en casa de este en el Henri Pittier. David venía de una situación difícil: se había divorciado y había perdido una importante suma de dinero en transacciones financieras de alto riesgo. Terminó en una honda depresión y, aconsejado por un ex convicto amigo de la primaria, decidió refugiarse en el Henri Pittier una semana. El padre Castillo lo acogió de buena gana, exigiendo a cambio ayuda en las labores del terruño de “Agua fuerte”. El hecho es que fuimos a ver al padre Castillo para ver qué información podía tener él sobre Garbo, o qué había escuchado. Helwin sabía de la afición de este sacerdote por la lectura y la escritura y sospechaba que sabría bastante sobre Garbo. Es decir, nadie sabe nada de Garbo y eso ya lo habíamos asumido. Sólo queríamos conocer “las versiones”. Lo que nos contó el padre Castillo fue breve y mucha de esa información era un poco más de lo mismo. Pero mientras bebíamos unas cervezas artesanales y conversábamos con gusto sobre Garbo, irrumpió David, que venía de darse un baño en la playa. Destapando una cerveza dijo: “mi padre conoció a dos hijos de Garbo”. Helwin y yo nos miramos incrédulos. El menor de los hijos de Garbo había sido socio de un vecino del padre de David. Ambos habían vivido en La Trinidad, en Caracas. Los datos empezaron a coincidir, Helwin y yo nos entregamos a un placentero silencio, como preludio a esto que nos caía del cielo. Carlos, el hijo mayor de Garbo, había contado cosas a una señora llamada Desirée, que era oriunda de Choroní. Esta mujer tenía información sobre el padre, porque alguna vez Juan Carlos, el hijo menor, se lo había oído decir a Carlos. “Es cuestión de preguntar por esa mujer en el pueblo, porque trabajó con Carlos en el cine de Choroní, que por cierto lo fundó Garbo”. No hizo falta ningún gesto, como si nos hubiesen llamado de emergencia, nos levantamos Helwin y yo, agradecidos, y nos despedimos sin mirar atrás.

Choroní. Pueblo
Choroní. Pueblo

Al llegar al pueblo, nuestra intención inicial era clara, preguntar por parientes de una tal señora Desirée que había trabajado en el cine. En la primera casa, frente a la Iglesia, ya nos habían dado la seña exacta: “Sí, cómo no. Desirée vive en la calle Piedad. La casa se llama Rosario, es blanca y tiene puertas y ventanas verdes. Con seguridad estará allí”. En efecto, nos abrió la propia señora Desirée con una parsimonia y una mirada sosegada que sólo puede verse en los pueblos. “Pasen” dijo, con un tono seco que daba a entender que nos estaba esperando. Podía tener tranquilamente 85 años, pero aparentaba fácilmente diez menos. Morena, ágil y de rasgos marcados, parecía tener un carácter fuerte, decidido: “¿Y entonces? Quieren saber algo de Juan, ¿no?”, Helwin me dio un codazo y dijo: “exactamente, Juan Pujol García, JPG, el espía español, conocido también como Garbo”.  Con displicencia, la señora se levantó lentamente y dijo que buscaría café. Pero mientras lo hacía siguió hablando: “Acá nadie sabe quién es Garbo, acá se llamaba Juan y punto”. Luego demoró unos minutos y entró en la sala con unos pocillos que contenían guayoyo con azúcar y un papel. “Miren, Juan me dijo que algún día vendría alguien a pedirme información sobre él y preparó una nota. No puedo decir más que lo que está escrito allí. Que recuerde, han venido más de diez personas. Todos eran ingleses, menos uno que era español. Por primera vez me toca la puerta gente venezolana que quiere saber sobre Juan. Eso es un avance. ¿Están interesados en la historia? ¿o están aburridos ya de tanta fantasía?”. Esta vez Helwin optó por callar y me tocó a mí pedirle que nos la leyera de todos modos. La señora Desirée me alcanzó la carta: “Lea usté mijo”. En un tono incómodo empecé una lectura lenta:

Lagunillas
Lagunillas

“Juan no fue un espía tan grandioso como todos piensan. Juan era un hombre astuto que sólo quería un contexto más armónico. Cuando entendió que eso no era posible, optó por luchar en la sombra para que la guerra no acabara con todo, y mucho menos con él mismo. Juan era un superviviente que no tenía ideología. Se decepcionó rápidamente de todas las militancias. Los alemanes siempre supieron lo que hacía, pero gente del alto mando militar quería salir de Hitler, entonces desactivaron los filtros e hicieron creer que Juan era confiable. A su vez, los ingleses sabían que los alemanes sabían. Así que fue una pieza clave para que grupos de élite de ambos bandos siguieran con sus intenciones, un poco paralelas a la guerra propiamente. De ese juego un poco riesgoso, Juan sólo quería obtener dos cosas: el fin de la guerra y mucho dinero. Hoy se puede decir que lo logró. Desde niño se obsesionó con Venezuela cuando estudiaba el mapa mundi. Le parecía que debía tener el paisaje más armónico y el clima más agradable del mundo. Seguramente unas bellas playas tropicales y, sobre todo, mucha paz y mucho dinero. Por eso la incluyó tanto en sus informes. Siempre había relación con Venezuela: nombres como Bolívar, Orinoco, Paria y Cubagua eran códigos cifrados que usaban sus agentes inventados. Cuando la guerra acabó, volvió a España para preparar su huida. Su destino final siempre estuvo claro: Venezuela. Allí no encontraría guerras, ni disputas, ni violencia, ni caos. Allí no habría fascismo, ni comunismo, ni anarquismo, sino ingentes posibilidades que propiciaba esa descomunal renta petrolera. Pero para poder llegar a ese destino, primero debía morir. Llegó a Madagascar con Araceli, su primera mujer. Luego pasó a Angola, donde ideó su muerte. Luego, despareció. Algunos dijeron que Argentina y otros que Paraguay. Juan decía que en realidad estuvo en muchos lugares en los que había nazis porque tuvo la tentación de continuar contribuyendo a capturarlos desde la sombra. Nunca se sabrá (decía él mismo). Llegó a Venezuela en septiembre de 1945, pocos meses antes del derrocamiento de Medina Angarita. Decía que él había participado en ese golpe de Estado, indirectamente. Desde entonces se estableció en Valencia, donde montó una granja de pollos. Pero ese negocio no funcionó y gracias a un conocido británico que trabajaba en la Schell en Lagunillas, fue contratado para dar clases de español a ingleses y holandeses. Mintió diciendo que podía dar clases de inglés a los venezolanos, aprovechando conocimientos muy elementales. Pero Venezuela en ese entonces era tan rural y tan pasmosamente ingenua que nadie se dio cuenta de sus limitaciones. En Lagunillas, montó una tienda, “La casa del regalo”. Viajaba a Caracas con frecuencia y allí conoció a su nueva esposa, Carmen Álvarez. Ya Araceli y sus primeros tres hijos habían vuelto a España. No les gustó Venezuela. Juan en cambio prefirió anteponer Venezuela a su familia. Nadie podía comprender lo que significaba “Venezuela” para él. Era la antítesis del horror, y muchos piensan que vivió el horror de la Segunda Guerra Mundial, pero no, durante esos años, él estuvo cómodo leyendo a Pessoa y a Cesario Verde en Lisboa, mientras escribía cartas sin parar; el verdadero horror lo experimentó en la Guerra Civil Española, y supo que nunca podría recuperarse del todo. Por eso, se arriesgó tanto con alemanes e ingleses después. O creyó que se arriesgó. Con Carmen tuvo tres hijos: Carlos, Juan Carlos y María Elena. Como ella era oriunda de Choroní, iban a ese pueblo con frecuencia. Allí él fue feliz. Allí montó un cine, que no prosperó. Allí veía él vuelta paisaje su idea de lo que era la tolerancia, conocer los matices, estar en zapatos de otro, ser alemán, ser inglés, ser republicano, ser franquista, ser lisboeta, morirse, escapar, disolverse y volver a reunirse a sí mismo en Choroní. Darle un cine a Choroní. Una ventana ficticia al paraíso, que también la necesita, quizás con mayor razón. Y allí pidió que sepultasen sus restos.”

Terminé de leer  y Helwin preguntó: “¿quién escribió esto? ¿está segura que fue el mismo Juan?” La señora Desirée se levantó, me arrancó la carta y dijo: “yo no sé, tengo que enseñarla a todo el que pregunte por él, así me lo pidió. Ahora ya pueden irse a hacer sus reportajes y sus cosas”. Nos levantamos, y mientras caminábamos, Helwin se atrevió a preguntar: “¿usted tuvo una relación cercana con él? ¿digamos, más íntima?” La señora Desirée sonrió y dijo: “ese era un pan, yo trabajé en el cine, con su hijo Carlos, y lo que le puedo decir es que este pueblo fue otro en ese tiempo, no sé cómo decirlo, éramos todos felices, estábamos como contentos, o así me acuerdo yo que era”. Dimos las gracias con reverencias incluidas y nos fuimos.

Cepe
Cepe

Helwin quiso llamar a Sonia y yo a Amanda para avisarles que ya era hora de regresar. Porque sentíamos que ya esta historia estaba cerrada. O mejor dicho, que no había forma de darle cierre a algo así. Helwin volvería a Madrid y yo a Lisboa a retomar cada quien su rutina, por así decir. En el último día que nos quedaba en Choroní, resolvimos tomar un peñero y llegar hasta Cepe. En el trayecto, Helwin, con unas cervezas encima, empezó a recitar versos de la Odisea, gritándole a Escila y Caribdis que amenazaban con sus fauces en la costa. “Es un Odiseo” me dijo, ya más calmado, “Garbo es un Odiseo”. “Más bien un Aquiles”, le dije yo “ese Aquiles muerto que en el inframundo desea ser un campesino, un jornalero anónimo, casi nadie, pero seguir vivo, abandonar el temple heroico, para vivir”. Llegamos a Cepe, un poco ebrios nos sentamos a la orilla del mar y especulamos todavía más: “¿Y si está vivo? ¿y si estaba en la habitación contigua en la casa de Desirée?”,  después de un largo silencio, Helwin preguntó: “¿Y entonces? ¿Quién escribirá esta vaina?”. Yo permanecí en silencio. Helwin agregó: “El problema es que si la escribes tú, van a creen que todo esto es ficción”.

Por Juan Pablo Gómez

3 comentarios

  1. queridi juan pablo
    escribes muy bien, entretenido divertido interesante, da gusto continuar la lectura hasta el fin.
    no digo esto porque eres hijo de tu mama y tu papa.
    lo digo porque tengo 50 años de practica en la lectura y reconozco un buen escritor cuando lo leo.
    solo un consejo para el blog, podrias poner mas negrita las letras? es que este colorcito negro casi gris no es muy relevante, sinceramente no es facil leer en ese color y hay que hecer mucho esfuerzo visual.
    toda la suerte en esta nueva etapa de tu vida europea que tengo certeza sera de un enriquecimiento tal que tu mente y tu espiritu seran impulsados de todas las maneras y el lvro surgira divinamente.
    que tengas un feliz natal y que el nuevo año nos de a todos lo que deseamos….. ahhh que peligro
    gracias por el esfuerzo

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  2. buenos dias Anexo copia de un artículo aparecido en el ABC de Madrid referido a Joan Pujol.

    El espía que ayudó a ganar la Segunda Guerra Mundial… y confundió a Carmena
    Juan Pujol García, conocido como Garbo para los británicos, desempeñó un papel fundamental en el desembarco de Normandía

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    Juan Pujol García, alias Garbo
    Juan Pujol García, alias Garbo – ABC
    I. S. C. – @abc_madridMadrid – 22/12/2015 a las 22:47:35h. – Act. a las 06:50:22h.
    Guardado en: Madrid
    Ambos se llaman Juan Pujol, pero no tienen nada que ver más allá del nombre. Uno nació en La Unión, Murcia; el otro en Barcelona. Uno fue periodista; el otro espía. Diferenciar a ambos, aunque se encuadren en un contexto similar, no precisa de un trabajo de investigación demasiado profundo. Basta con introducir los segundos apellidos en un buscador para darse cuenta de que sus historias de vida son antagónicas. Hablamos de Juan Pujol Martínez, jefe de Propaganda del bando sublevado durante la Guerra Civil, y de Juan Pujol García, un agente doble que tuvo un papel destacado para derrotar a Adolf Hitler, pasando información falsa a los nazis. Ahora Madrid, sin embargo, ha mezclado ambas biografías cuando trataba de explicar por qué cambiaba el nombre a la plaza de Juan Pujol, ubicada en el barrio de Malasaña.

    La formación que lidera Manuela Carmena, a través de Twitter, publicaba las razones, basadas en un informe justificativo de la Cátedra Complutense de «Memoria Histórica del siglo XX»: Juan Pujol fue «Jefe de Prensa y Propaganda de la Junta de Burgos de 1936. Agente doble que actuó bajo el mandato de la Alemania nazi y el Imperio Británico. Pujol fue condecorado con la Cruz de Hierro de los nazis y la Orden del Imperio Británico. Se le conocía con el sobrenombre de Garbo».

    Borramos el tuit donde se mezclaban ambas biografías y tomamos nota de la propuesta de renombrar la plaza como Joan Pujol alias Garbo.

    — Ahora Madrid (@AhoraMadrid) diciembre 22, 2015
    Quizá la prisas por adjuntar la información en las redes sociales sobre las treinta calles que se modificarán, o bien un error en la documentación, motivaron un grave error histórico. No obstante, la «marca blanca» de Podemos trató de restar importancia al gazapo con dos nuevos tuits aclaratorios. Borrada la publicación incorrecta, Ahora Madrid se justificó con que «hubo un error en la redacción» y que eso «fue todo».

    Héroe en Normandía
    Juan Pujol García (14 de febrero de 1914), o Garbo, su nombre en clave británico (trabajó para el MI5), escribió su nombre en la Historia gracias a su papel en uno de los episodios más importantes del siglo XX: el desembarco de Normandía. Garbo tuvo una importancia capital en la denominada Operación Fortitude. Conocido entre los alemanes como Arabel, hizo creer a Hitler y sus oficiales que el desembarco se produciría en Calais, a más de 200 kilómetros de Normandía, propiciando la inclusión de los aliados. En efecto, recibió las condecoraciones de ambos bandos.

    El otro Pujol, Juan Pujol Martínez, fue periodista y escritor. Estallada la Guerra Civil la Junta de Defensa de Burgos lo situó como Jefe de Prensa y Propaganda; y tiempo después, ya finalizado el conflicto, dirigió el diario Madrid.

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